Estudios Bíblicos La Senda
Moshé temía que los egipcios pudieran tener éxito en destruir al pueblo de Israel. En respuesta, Elohím (Dios) le mostró una zarza que ardía en fuego, pero que no se consumía. Entonces, según la tradición judaita, le dijo: "Así como esta zarza ardiendo no se consume, de igual manera los egipcios no podrán destruir a los hijos de Israel". (Midrash Rabá sobre Éxodo 3). En el episodio de la zarza en fuego, cuando Elohím encomienda a Moshé la misión de liberar a los hijos de Israel de Egipto, le otorga tres señales para que el pueblo crea que él ha sido enviado por Dios: 1) La vara se convierte en serpiente. 2) La mano se vuelve leprosa. 3) El agua se convierte en sangre. Estas tres señales fueron otorgadas originalmente a los hijos de Israel para que reconocieran que Moshé había sido elegido por Elohím. Como está escrito: "Para que crean que Iahvé, el Elohím de tus padres, el Elohím de Abraham, el Dios de Itzjaq y el Elohím de Iaacov, se te ha aparecido" (Éx 4.5). Una serie de tradiciones han surgido acerca de la venida del Mashíaj (Mesías), dentro de estas se escribieron pensamientos acerca de qué hará el Mashíaj, y que dirá, y varios textos de la Torá fueron estudiados y aplicados a su venida, pero en la cima de todas las tradiciones y leyendas había una premisa fundamental: el Mashíaj (Mesías) se asemejará a Moshé (Moisés) en casi toda forma imaginable. Que "el ultimo redentor [el Mashíaj] sería como el primer redentor [Moshé]" era un axioma bastante común dentro de los judíos (Kohelet Rabá 1:28, Rut Rabá 5:6). La primera señal La vara se transforma en serpiente. En Nm 21.4-9, cuando los hijos de Israel se encontraban en el desierto, fueron mordidos por serpientes venenosas. Elohím (Dios) proporcionó la solución al problema: colgar una serpiente de bronce en la asta (lit. con el artículo "la" asta), de manera que aquellos que la miraran fueran sanados de sus mordeduras. Mil cuatrocientos años después, Ieshúa se identifica a sí mismo como la representación de la serpiente de bronce que Moshé levantó en el desierto, estableciendo un paralelismo con su propia muerte en el Gólgota, donde daría su vida por los pecados de la humanidad (Jn 3.14). Puede resultar difícil comprender cómo Ieshúa se identifica a sí mismo con un animal considerado inmundo, símbolo de maldad y emblema de la maldición, especialmente porque la serpiente fue condenada a arrastrarse sobre su vientre (Gn 3.14). Sin embargo, al analizar más detenidamente por qué Ieshúa afirmó que la serpiente de bronce representaba su propia figura al ser colgado en el madero, se hace evidente que este simbolismo debía entenderse de una manera más profunda. Ieshúa, quien no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros (cf. 2 Cor 5.21), y quien es la fuente de toda bendición, se hizo maldición por nosotros (cf. Gálatas 3.13). La asta en la que la serpiente de bronce fue colgada, una representación vívida del sacrificio del Mashíaj (Mesías), se conecta de manera simbólica con la vara de Moshé (Moisés) que se transformó en serpiente. Esta vara, utilizada como instrumento para guiar y corregir, es una herramienta típica de un pastor. Si entendemos esta vara como una figura del Mashíaj (Mesías), resulta casi inevitable notar el simbolismo en el acto de Moshé al lanzarla a tierra, convirtiéndola en serpiente, y luego restaurarla a su estado original en su mano derecha. Este acto constituye una alegoría simbólica de la persona del Mashíaj (Mesías): su venida, su muerte al cargar con la maldición de la humanidad, su resurrección y su ascensión a los cielos, donde se sienta a la diestra de Elohím-Dios (Salmos 110.1). La segunda señal La transformación de la mano de Moshé en una mano leprosa. En el tratado Sanedrín 98b de la Guemará, cuando se pregunta sobre el nombre del Mashíaj (Mesías), la respuesta es: "El leproso". La razón que ofrece el Talmúd es que, respecto al Mashíaj, está escrito: "Él mismo cargó con nuestras enfermedades y llevó nuestros dolores" (Isaías 53.4). El Mashíaj (Mesías) recibe este nombre porque sería rechazado por su pueblo, de la misma manera en que un leproso es apartado y despreciado por la sociedad. La transformación de la mano de Moshé en una mano leprosa al ser introducida en su pecho, y su posterior restauración al volver a meterla, ofrece una imagen clara que ilustra la vida, muerte y resurrección del Mashíaj (Mesías). Ieshúa, al cargar con nuestras enfermedades y sufrir nuestros dolores (Isaías 53.4), entregó su cuerpo y carne para ser quebrantados por nuestros pecados e iniquidades, pero luego fue restaurado para darnos vida, si somos fieles a Él. La tercera señal Moshé convierte las aguas en sangre. Moshé (Moisés) debía tomar un recipiente, llenarlo con agua del río (hebreo, lit. "el río"), sacar el agua del recipiente y derramarla sobre la tierra. Al tocar la tierra, el agua se transformaba en sangre. El agua derramada sobre la tierra desde el recipiente se transformaba en sangre, como una prefiguración de la persona del Mashíaj (Mesías) y su sufrimiento. Sobre el sacrificio del Mashíaj (Mesías) está escrito: "He sido derramado como aguas" (Salmos 22.14 [15 en la versión judía]). Asimismo, se relata: "Y he aquí que uno de los soldados le abrió el costado a Ieshúa con una lanza, y al instante salió sangre y agua" (Jn 19.34). Esta es la señal que Dios le indicó a Moshé que debía mostrar al pueblo para que creyeran en él. Moshé, sin lugar a dudas, es una figura que prefigura a Ieshúa (Dt 18.15). De la misma manera en que estas señales ayudaron al pueblo de Israel a reconocer a Moshé como el elegido de Dios, las mismas señales se encuentran reflejadas en el verdadero y único Redentor y Mashíaj: Ieshúa de Natzrát (Nazaret) el Hijo de Elohím (Dios). Así como Moshé convirtió las aguas en sangre al inicio de las maravillas durante las plagas, de igual manera, cuando viniera el Mashíaj, él convertiría las aguas en vino (que simboliza la sangre) como su primer milagro. Observe que en Jn 2.1-11, se registra que Ieshúa, como primer milagro, convirtió el agua en vino, el cual simboliza la sangre. Que el Mashíaj, quien vino y convirtió el agua en vino, venga y nos transforme de maldad a justicia (un himno en arameo).
En el primer día del séptimo mes, Tíshri, la Torá nos instruye a observar el día sagrado de Iom Teruá, cuyo significado es "Día de Aclamación" (Lv 23.23-25; Nm 29.1-6). Este día es una jornada de reposo absoluto, en la cual toda labor está prohibida. Iom Teruá es único, ya que la Torá no detalla su propósito, a diferencia de otros días santos. Pésaj (Pascua) conmemora el Éxodo y marca el inicio de la cosecha de cebada (Éx 23.15; Lv 23.4-14), Shavuot celebra la cosecha de trigo y la entrega de la Torá (Éx 23:16; 34:22; cf. Hch 2), Iom Kipur es un día dedicado a la expiación (Lv 16), y Sucot recuerda el peregrinaje en el desierto y la recolección de productos agrícolas (Éx 23.16). En contraste, Iom Teruá solo requiere un día de reposo. El término Teruá significa "hacer un fuerte sonido", ya sea mediante un shofar o trompeta o el clamor de una multitud al unísono (Nm 10.5-6). Por ejemplo: Sucederá que cuando el cuerno de carnero emita un sonido prolongado, cuando oigan el sonido del shofar, toda la nación gritará un gran clamor, y el muro de la ciudad caerá en su lugar, y el pueblo subirá como un solo hombre contra ella. (Josué 6.5) En la actualidad, el nombre bíblico de Iom Teruá ha caído en el olvido para la mayoría, siendo conocido principalmente como "Rosh Hashaná", que significa literalmente "cabeza del año" y, por extensión, "Año Nuevo". La transformación de Iom Teruá (Día de Aclamación) en Rosh Hashaná (Año Nuevo) es el resultado de la influencia pagana de Babilonia sobre el pueblo judío. El primer paso de este cambio fue la adopción de los nombres babilónicos para los meses. En la Torá, los meses son designados únicamente por números, con excepción del primer mes, como Aviv, Segundo Mes, Tercer Mes, etc. (Lv 23; Nm 28). Durante su exilio en Babilonia, los antepasados comenzaron a utilizar los nombres paganos de los meses babilónicos, un hecho reconocido abiertamente en el Talmud: "Los nombres de los meses llegaron con ellos desde Babilonia". (Talmud de Jerusalén, Rosh Hashaná 1:2 56d) La influencia pagana de los nombres babilónicos de los meses queda reflejada en el cuarto mes, denominado Tamuz. En la mitología babilónica, Tamuz era el dios de la cosecha, cuya muerte y resurrección anual simbolizaban la fertilidad del mundo. En el libro de Iejezquel (Ezequiel), el profeta relata una visión en la que observa a mujeres judías en el Templo, "llorando por Tamuz" (Ezequiel 8.14). Este llanto se debía a que, según las creencias babilónicas, Tamuz había muerto pero aún no había resucitado. En la antigua Babilonia, el lamento por Tamuz ocurría al principio del verano, cuando las lluvias cesaban en el Medio Oriente y la vegetación se marchitaba bajo el sol abrasador. Hoy en día, el cuarto mes en el calendario rabínico sigue siendo conocido como Tamuz, un tiempo que perdura como un período de llanto y duelo. Varios de los nombres babilónicos de los meses se incorporaron en los libros posteriores del Tanaj (AT), aunque siempre acompañados por los nombres tradicionales de los meses de la Torá. Un ejemplo de esto se encuentra en Ester 3.7: "En el primer mes, que es el mes de Nisán, en el duodécimo año del rey Ajashverosh." Este versículo comienza mencionando la designación del mes ("Primer Mes") y luego lo traduce a su equivalente babilónico ("que es el mes de Nisán"). Para el tiempo de Ester, todos los judíos vivían bajo el Imperio Persa, cuyo gobierno había adoptado el calendario babilónico para la administración civil. Inicialmente, los judíos empleaban los nombres babilónicos de los meses junto con los tradicionales de la Torá, pero con el paso del tiempo, los nombres de la Torá fueron cayendo en desuso. Conforme el pueblo judío fue adoptando los nombres babilónicos de los meses, se hizo más vulnerable a otras influencias provenientes de Babilonia. A pesar de que muchos judíos regresaron a Judea tras el fin oficial del Exilio en el 516 a.C., los antecesores de los rabinos se quedaron en Babilonia, donde el judaísmo rabínico comenzó a desarrollarse lentamente. Hombres como Hilel I nacieron y fueron formados en Babilonia. En realidad, Babilonia siguió siendo el centro del judaísmo rabínico hasta la caída de la Gaonía en el siglo XI d.C. El Talmud Babilónico refleja claramente la influencia del paganismo babilónico, al punto de que ciertas deidades paganas se transforman en ángeles y demonios dentro de sus textos. Una de las áreas en las que se refleja la influencia religiosa babilónica es en la transformación de Iom Teruá en una celebración de Año Nuevo. Desde tiempos remotos, los babilonios empleaban un calendario lunisolar que guardaba notables similitudes con el calendario bíblico. Esto hizo que Iom Teruá coincidiera frecuentemente con el festival babilónico de Año Nuevo, conocido como "Akitu". Este festival se celebraba en el primer día de Tíshri, coincidiendo con Iom Teruá, que también ocurría en el primer día del Séptimo Mes. Cuando los judíos adoptaron el nombre babilónico "Tíshri" para el Séptimo Mes, se allanó el camino para que Iom Teruá se transformara en una versión judía del Akitu. Sin embargo, los rabinos no querían aceptar el Akitu de manera literal, por lo que lo adaptaron a su propia tradición al cambiar el nombre de Iom Teruá (Día de Aclamación) por Rosh Hashaná (Año Nuevo). La ausencia de una razón explícita en la Torá para la observancia de Iom Teruá facilitó que los rabinos proclamaran este día como el inicio del Año Nuevo judío. Es bastante inusual considerar Iom Teruá como el inicio del Año Nuevo. Este día festivo bíblico corresponde al primer día del Séptimo Mes. Sin embargo, en el marco de la cultura babilónica, tal celebración resultaba completamente natural. Los babilonios conmemoraban el Akitu, su festival de Año Nuevo, dos veces al año: una vez el primer día de Tíshri y nuevamente seis meses después, el primero de Nisán. La primera festividad babilónica de Akitu coincidía con Iom Teruá, mientras que la segunda se alineaba con el verdadero Año Nuevo de la Torá, es decir, el primer día del Primer Mes. A pesar de que los rabinos proclamaron que Iom Teruá debía ser considerado el Año Nuevo, no podían pasar por alto que el primer día del “Primer Mes” en la Torá, tal como su nombre lo sugiere, también representaba un inicio del año. No podían fácilmente refutar esto, especialmente cuando Éxodo 12.2 lo menciona explícitamente. "Este mes será para ustedes el principio de los meses; será el primero de los meses del año." (Éxodo 12.2) Este versículo se refiere a la celebración de Pésaj (Pascua), que se celebra en el Primer Mes, en el mes de Aviv. A partir de este pasaje, los rabinos no podían refutar que el primer día del Primer Mes representaba un Año Nuevo bíblico. Sin embargo, en el contexto cultural de Babilonia, donde el Akitu se celebraba como el Año Nuevo dos veces al año, tenía lógica que Iom Teruá se considerara un segundo Año Nuevo, a pesar de que se celebrara en el Séptimo Mes. En contraste con las prácticas del paganismo babilónico, la Torá no sugiere ni establece que Iom Teruá tenga relación alguna con el Año Nuevo. De hecho, la Fiesta de Sucot (Cabañas), que ocurre dos semanas después de Iom Teruá, es mencionada en un versículo como "el fin del año" (Éx 23.16), que es una expresión técnica para el equinoccio. Sería comparable a llamar al 15 de enero en el calendario occidental moderno "el fin del año". Si la Torá hubiera querido designar a Iom Teruá como el Año Nuevo, no describiría Sucot de esta manera. Cuenta del Año SabáticoLa Torá establece que el inicio de un año sabático (shemitá) se vincula al mes de Aviv (también conocido como Nisán), no al mes de Tishrí. Este principio puede observarse a través de eventos clave en las Escrituras que destacan el papel del primer mes como un momento de renovación.
En Génesis 8.13, se menciona que, tras el diluvio, en el primer mes y el primer día del año, las aguas se secaron y Noé pudo contemplar la tierra seca. Este momento representa un nuevo comienzo para la humanidad, señalado en el primer mes del calendario bíblico. De manera similar, cuando los hijos de Israel entraron en la Tierra Prometida, lo hicieron también en el primer mes. Según Josué 4.19, cruzaron el Jordán el décimo día del mes de Aviv, y poco después celebraron la Pe´saj, como se indica en Josué 5.10. Este evento marcó el inicio de su establecimiento en la tierra, cumpliendo con la instrucción de Levítico 25.2: “Cuando entren en la tierra que Yo les doy, la tierra guardará un año de descanso para el Eterno”. Dado que este fue el primer año en la tierra y se observa como un shemitá, parece lógico concluir que todos los años sabáticos futuros se contarían desde este primer mes (Aviv). Este patrón refuerza la conexión entre Aviv como el inicio del ciclo de redención y restauración, en lugar del séptimo mes (Tishrí), tradicionalmente asociado con la conmemoración de las festividades otoñales. El autor del Evangelio de Marcos es conocido como Juan Marcos en el mundo helenizado, cuyo nombre en griego es Ioannes Markos. Sin embargo, el nombre Marcos proviene del latín Marcus que está asociado con el dios romano de la guerra, Marte (Mars). Ahora bien, considerando que el nombre principal de este discípulo era Ioannes, la transliteración griega del hebreo Iojanán (Hch 12.12, Hch 12.25, Hch 15.37-39, Col 4.10, 2 Ti 4.11, 1 Pe 5.13), queda claro que se trataba de un judaita completamente inmerso en la cultura de su pueblo. Por lo tanto, resulta improbable que un judaita adoptara voluntariamente un nombre vinculado a una deidad romana.
Tras investigar las posibilidades, me permito proponer que el nombre Marcus, aplicado al discípulo judaita conocido como Iojanán, podría ser una transliteración del hebreo Mordejái (מָרְדְּכַי). En arameo, este nombre se escribe מרדכא (Mardjá o Mardojá). Dado que en griego los nombres masculinos suelen terminar en sigma (ς) para denotar su género masculino, es posible que se añadiera una sigma al final de Mardojá, resultando en la forma griega Mardojás, que posteriormente se asoció con Marcus en el contexto romano. Cabe señalar que el nombre Mordejái (Mardojá o Mardjá en arameo) es el mismo nombre del del primo hermano y tutor de la reina Ester, según el relato de Ester 2.5. La escena relatada por Lc representa un momento de profunda trascendencia en la historia de la Comunidad de Ieshúa. Se desarrolla en Jerusalén durante la festividad de Shavuot. En hebreo, חַג הַשְׁבוּעוֹת (Jag HaShavuot), conocida como la Fiesta de las (siete) Semanas, conmemora un periodo de siete semanas, como se menciona en Deuteronomio 16,9 y Tobías 2,1, pues había de celebrarse siete “semanas” después de Pésaj-Pascua (cf. Lv 23,15; Nm 28,26; Dt 16,9). Se celebraba en el tercer mes, y como un memorial de la entrega de la Torá de Moshé en el Monte Sinaí (Éx 19; b. Pesajim 68b), y también como una fiesta de la cosecha. Por otro lado, los judaitas de la diáspora parecían referirse a esta festividad con el término griego pentecosté (que significa "quincuagésimo"), debido a que debía celebrarse el "quincuagésimo" día después de Pésaj-Pascua. Ieshúa se refería a este acontecimiento extraordinario cuando, poco antes de su ascensión, advirtió a los emisarios que no se apartaran de Jerusalén hasta la llegada de ese día (cf. Hch 1,4-5). Es en este momento, precisamente, cuando puede afirmarse que comienza la historia de la Comunidad de Ieshúa, ya que el Espíritu de Santidad desciende de manera visible sobre ella, infundiéndole vida y poniéndola en acción. Los emisarios, antes tímidos (cf. Mt 26,56; Jn 20,19), se convierten en valientes proclamadores de la doctrina de Ieshúa (cf. Hch 2,14; 4,13-19; 5,29). Estaban reunidos los 120 discípulos mencionados durante la elección de Matías (Hch 1,15), “estando todos juntos” (Hch 2,1). La expresión “todos juntos” (ὁμοῦ) tiene un sentido principalmente local; sin embargo, también insinúa, en consonancia con el término “unánimes” (Hch 1,14), la unidad de mente y corazón que acompañaba su reunión física. Esto podría ser un nuevo indicio del trasfondo sinaítico presente en esta narración (cf. Ex 19.8). Así, Rashí comentando sobre Éx 19,2 dirá: "Israel acampó allí", en hebreo וַיִחַן, (en forma singular) como un solo hombre con un solo corazón" (Rashí sobre Éxodo 19,2). La afirmación central del evento se encuentra en las palabras del versículo 4: “Todos quedaron llenos del Espíritu de Santidad”. Todo lo demás, mencionado antes o después, son manifestaciones externas destinadas a hacer visible esta gran realidad. El estruendo, semejante a un viento impetuoso que resonó en toda la casa (Hch 2,2), parecía ser el primer toque de atención. El hebreo para viento es Rúaj, el mismo para espíritu, estando aquí bien representado por el Rúaj HaQódesh – el Espíritu de Santidad. A ese fenómeno acústico le sigue otro de carácter visual: pequeñas llamas, en forma de lenguas de fuego, que se distribuyen y se posan sobre cada uno de los reunidos (Hch 2.3). Ambos fenómenos tienen un mismo propósito: captar la atención de los presentes, señalando que algo extraordinario está ocurriendo. Y nótese que tanto el "viento" como el "fuego" son elementos que acompañan la revelación de Dios en el Sinaí: “Todo el monte Sinaí humeaba, porque Iahvé había descendido sobre él en fuego” (Éx 19,18). Por lo tanto, resulta evidente que los emisarios interpretaran este acontecimiento como una manifestación de Elohím, la misma que Ieshúa les había prometido días antes al anunciarles que serían sumergidos en el Espíritu de Santidad (Hch 1.6-8). El texto, sin embargo, parece que, mediante la imagen de las "lenguas de fuego", hace referencia principalmente al don de lenguas (Hch 2.4). Lc especifica qué "quedaron llenos del Espíritu de Santidad" (Hch 2.4), que constituye la afirmación central del pasaje. Y se enfoca únicamente en el primer efecto visible de esa realidad: "comenzaron a hablar en lenguas extranjeras" (Hch 2.4), pero no por su propia voluntad, sino "según lo que el Espíritu les movía a decir". En cuanto al don específico de "hablar en lenguas" otorgado a los Emisarios (Hch 2.4), se ha generado y sigue generándose un extenso debate. Podemos encontrar antecedentes, más o menos cercanos, de este fenómeno en el antiguo profetismo de Israel (cf. Nm 11.25-29), como parece insinuar luego el mismo Kéfa (Petros-Pedro) al citar la profecía de Joel (Hch 2.16-17). Se trata de un "hablar en lenguas" según lo que el Espíritu de Santidad les inspiraba a decir, lo que sugiere que el milagro ocurre en los labios de los Emisarios, y no únicamente en los oídos de los oyentes (cf. Mc 16.17). Por eso, los Emisarios aparecen "hablando en lenguas" no solo después de que se reúne la multitud (Hch 2.6), sino también antes, cuando están a solas (Hch 2.4). Asímismo, el texto sugiere que el don no solo fue concedido a los Emisarios, sino "todos los reunidos" (Hch 2.1), los ciento veinte, incluyendo a las mujeres justas (cf. Hch 1.14; nótese la mención "siervas" en la profecía de Joel 2.29), quienes, sin duda, también formaban parte del grupo. En su oración, proclamaban "las grandezas de Dios" (Hch 2.11; cf. Hch 10.46). La palabra γλῶσσα [lengua], como לְשׁוֹן en Isaías 5.24, debe entenderse en el sentido de "llama", y según Lc "aparecen divididas" (Hch 2.3). El autor claramente pretende que nos formemos la idea de un arroyo de fuego que se divide y cuyas radiaciones se esparcen sobre todos y reposan sobre ellos. En la entrega de la Torá en el Sinaí, que coincide con el día de la festividad de Shavuot, los israelitas “vieron voces de fuego” (Éx 19.16), las cuales los rabinos interpretaron como “lenguas de fuego” que pronunciaron las palabras de la Torá en todos los idiomas posibles para aquella "multitud mixta" (Éx 12.38) que no habla hebreo. En ese momento, las voces de fuego de la Torá se manifestaron externamente entre los israelitas. Ahora, en la misma festividad de Shavuot, se manifestaban internamente, utilizando a los hombres que creyeron en Ieshúa el Mesías como vehículo y portavoz. Cuando Lc menciona que los Emisarios y los ciento veinte presentes hablaron "en otras lenguas", se refiere a otros idiomas. El término hebreo "lashón" (lengua) se utiliza para referirse a un idioma, como en "Lashón Haqódesh", que literalmente significa "la lengua santa" y hace referencia al hebreo, o en "לְשׁוֹן יוֹוָנִית" (lashón ievanit), que literalmente significa "lengua griega" y se entiende como "idioma griego". Así, la expresión "otras lenguas" se refiere a "otros idiomas", diferentes al hebreo, que era la lengua de los discípulos. Esto significa que los discípulos pronunciaron palabras en idiomas que no les eran propios, y el milagro consistió en que hablaron en estos idiomas, de los cuales antes eran completamente ignorantes. Es decir, algunos hablaban en un idioma, otros en otro, según la guía del Espíritu, y no lo hicieron a partir de un pensamiento previo. El Espíritu los dirigía tanto en el contenido como en el idioma (lengua). Los 120 discípulos, alababan a Dios junto con las lenguas (idiomas) de todo el mundo, lo que constituía una garantía de que, en su debido tiempo, toda la humanidad debería alabar a Dios en sus diversas lenguas. Así como la división de lenguas en Babel introdujo una vez la confusión, y fue el medio para apartar a las naciones del conocimiento del verdadero Dios, así ahora, se proveyó un remedio, un tiqún (una reparación), por el don de lenguas (idiomas) en Tzion, para sacar a los gentiles de la oscuridad a la luz, y destruir el velo que había sido extendido sobre todas las naciones. Este milagro tenía un propósito, no era solo un acto prodigioso, ya que los 120 discípulos, desde Jerusalén, debían llevar las Buenas Nuevas (heb. Besorá) a todas las naciones. Fueron comisionados para predicar la Besorá (Buenas Nuevas) a toda criatura y hacer discípulos de todas las naciones. Pero se presentaba una dificultad insuperable: ¿cómo serán hechos conocedores de los varios idiomas de las naciones a las que son enviados, para poder hablar inteligiblemente con todos ellos? ¿Cómo podrían lograr esto sin poder comunicarse en el idioma de los gentiles: griego, latín, egipcio, arameo, árabe, siríaco, persa, armenio, turco, copto, hindi, bereber, entre otros? Aprender todos esos idiomas habría requerido toda una vida de estudio para cualquiera de ellos. Por lo tanto, para demostrar que Ieshúa otorgaría autoridad para predicar a las naciones, les concede a sus siervos la capacidad de predicar en sus propios idiomas. Y así como Elohím "descendió" y "confundió" las lenguas en Babel, ahora viene a restaurar la unidad en su Reino mediante su Rey Mesías, otorgando la habilidad de comunicarse en diferentes idiomas sin necesidad de haberlos aprendido a través del estudio. Afirmamos, por nuestra parte, que creemos que, desde luego, que ese “hablar en lenguas” fue concedido a los Emisarios como un don permanente, permitiéndoles expresarse en diversas lenguas (idiomas) para la predicación de la Besorá (Buenas Nuevas - Evangelio). El nacimiento de Ieshúa fue en el mes de Aviv, el mes de primavera, y no como ha sido deducido, en otoño o en invierno. Es Lc quien entrega la narrativa del nacimiento de Ieshúa con detalle. Tradicionalmente se ha enseñado por años a partir del siglo IV que Ieshúa nació en la estación de invierno, un 25 de diciembre, en un establo rodeado de animales. Pero esto no es del todo verdad. Lucas muestra elementos que ubican el nacimiento de Ieshúa en la temporada de primavera y no en la temporada de invierno. Dos siglos después del nacimiento de Ieshúa, Clemente de Alejandría (Stromata I 21 145–46) abordó la cuestión de la fecha de su nacimiento, situándolo en el mes de primavera (aviv-abril). Lucas (cap. 2) señala que Ieshúa nació en Belén, ciudad del rey David, quien nació y fue ungido allí (1 Sm 16,13; 17,23). Según las leyes judías del siglo I los rebaños que pastaban en Belén estaban destinados a ser sacrificados en la festividad bíblica de Pascua (cf. Éx 12). Belén era una región cuidadosamente designada para la cría y cuidado de los corderos destinados a este propósito. La distancia para pastorear estos rebaños específicos estaba delimitada dentro del perímetro que abarcaba desde Migdal Éder, una torre de vigía situada en Belén (Bet-Léjem) utilizada para proteger a los rebaños destinados al sacrificio en el Templo, hasta Jerusalén (Shekalím 7.4): «De los rebaños, en el espacio entre Jerusalén y la Torre del Rebaño (Migdal Éder), en circunferencia, los machos son para holocaustos, las hembras para ofrendas de paz. Y R. Iehudá dijo: lo que es apto para el sacrificio de Pascua, se ofrecerá como Pascua antes de la festividad, treinta días antes». Estos corderos eran especiales, ya que, según la tradición judía registrada en la Mishná (Baba K. 7.7), se prohíbe expresamente a las personas comunes criar rebaños en toda la tierra de Israel, excepto en las áreas desérticas. Los únicos rebaños que podían pastar en otras regiones eran aquellos destinados al servicio del Templo (Baba K. 80a). Así que estaba prohibido que rebaño común fuera pastoreado en esta región, pues los corderos de Pascua debían ser intachables, sanos y sin defecto y no podían mezclarse o contaminarse con otro tipo de rebaño. Esto implicaba que los judíos reposaban un cuidado especial sobre estos rebaños para garantizar su pureza, pedigrí y aptitud para el sacrificio. Quiero llamar su atención al relato de Lucas que dice: “Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño” (Lc 2,8). Según las leyes judías (b. Shabát 45b; Beitzá 40a; Nedarim 63a; Taanit 6a) esto no es posible que haya ocurrido en la temporada de invierno (diciembre), porque los pastores que cuidaban el rebaño destinado a Pascua en Belén tenían autorizado pastorear desde el mes de Aviv (primer mes del calendario hebreo) donde inicia la primavera, que coincide con nuestro marzo-abril, hasta el octavo mes, que coincide con nuestro octubre. Así que si encontramos pastores cuidando el rebaño durante la noche en esta región significa que se encontraban en primavera y no en invierno. Y es importante conocer que es en primavera cuando las ovejas y los corderos dan a luz. Los corderos no son como los humanos, ellos nacen en una sola temporada. Los corderos nacen en la temporada de primavera (mes de Aviv: marzo-abril). El ciclo reproductivo de las ovejas es estacional, lo que significa que entran en celo en ciertas épocas del año, principalmente en otoño. Esto está regulado por la cantidad de luz solar (fotoperiodo corto), ya que la reducción de las horas de luz estimula la actividad reproductiva. Durante el celo, las ovejas son receptivas a los carneros y están listas para ser cubiertas. Generalmente, las ovejas entran en celo (es decir, se vuelven fértiles) en los meses de otoño, cuando los días se vuelven más cortos. Las ovejas tienen un ciclo de embarazo de 5 meses, y si fueron concebidas durante el otoño (septiembre-noviembre) estarían naciendo en la temporada de primavera, en marzo-abril. Según las leyes bíblicas en Éxodo 12:3, el cordero destinado al sacrificio de la Pascua debía tener un año de edad para el momento de la festividad. Esto implica que el cordero debía nacer en la temporada de primavera, de manera que tuviera un año completo para la siguiente primavera. Es decir, el cordero que debía tener un año al llegar la Pascua debía nacer en el mes de Aviv (marzo-abril), de modo que cumpliera con la edad de un año para la festividad, tal como lo establece el mandamiento. De esta manera, los corderos de Pascua estaban destinados a morir en el mes de su nacimiento. Ahora, Ieshúa es el Cordero de Dios, y era menester que el Cordero de Dios naciera en la región donde nacían los corderos destinados al sacrificio de Pascua, durante la temporada de primavera cuando los pastores vigilaban el rebaño destinado al sacrificio, para morir también en esta temporada de su nacimiento, en Pascua. Los pastores que cuidaban el rebaño destinado a Pascua en Belén, no eran pastores ordinarios, eran pastores que dedicaban su servicio al templo, posiblemente sacerdotes de la tribu de Leví. El deber de estos pastores era cuidar minuciosamente a estos corderos bebés destinados al sacrificio de Pascua. Ieshúa es el cordero de Dios y los pastores que veían el nacimiento de los corderos de Pascua ahora veían el nacimiento del Cordero de Dios. Quiero hacer énfasis en el griego para pesebre utilizado en Lc 2,7 que agrega el artículo definido «el pesebre», lo que sugiere que se está haciendo referencia a un pesebre específico ya conocido. Así el ángel también les indica a los pastores que hallarían al niño no simplemente en «un pesebre», sino en «el pesebre», utilizando el artículo definido: «Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en el pesebre» (Lc 2,12). ¿Podría este haber sido el mismo pesebre donde nacían los corderos de la Pascua? Es lo más probable ya que, como mencionado arriba, en esa región no pastaba rebaño ordinario, solo el destinado al sacrificio de Pascua. Esta idea explicaría por qué los pastores se dirigieron rápidamente al único lugar donde los corderos destinados al sacrificio nacían y eran colocados en el pesebre. Además, la tradición judía prestaba un cuidado especial a estos corderos, especialmente en el momento de su nacimiento. Para evitar que su lana se manchara y garantizar que fueran intachables, tal como lo requería la ley (Éx 12,5), los envolvían en telas. Así lo explica Rashí en su comentario sobre b. Shevuot 6b: “Se envuelve una prenda alrededor del cordero en el día de su nacimiento, de modo que su lana esté limpia y se conserve para que no se ensucie”. ¿Podría ser posible que Ieshúa fuera envuelto en telas o pañales, como relata Lc 2,7, de los corderos destinados al sacrificio de Pascua que se encontraban en el pesebre? Cabe destacar que el nombre del mes de la Pascua, Aviv, también conocido como Nisán de נִיסָנִית (cf. Nehemías 2:1; Ester 3:7), significa "brote" o "nacimiento", lo cual encaja perfectamente con el simbolismo del Cordero de Pascua que vino a traer un nuevo nacimiento al mundo. En este mes ocurrió el nacimiento de Israel como pueblo (Éx 12,1) y, también en el primer día del mes, se erigió el Tabernáculo de reunión en el desierto (Éx 40,17; cf. Jn 1,14). Estos eventos, cargados de significado simbólico, sirven como tipos que apuntan a la enseñanza de que el Mesías debía nacer durante esta temporada. Ieshúa no solo nace en Belén como cumplimiento de la profecía de Miqueas 5,2. Ieshúa fue llamado el Cordero de Dios, con relación al cordero de Pascua que salva al pueblo de la esclavitud y el pecado: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Vemos ahora la llegada del último Cordero de Dios revelado a los pastores responsables para velar por los corderos del sacrificio de Pascua que siempre había anunciado su nacimiento como la de un cordero. Testimonio de Clemente de AlejandríaCabe mencionar, que dos siglos después del nacimiento de Ieshúa, Clemente de Alejandría discutió la fecha del nacimiento de Ieshúa. Clemente no mencionó Diciembre 25 o Enero 6 como posibles opciones. En lugar, Clemente reportó (Stromata I 21: 145–46) una tradición que correspondía a Abril 20 del calendario civil y otra tradición que correspondía a Mayo 20. Conclusión |
AutorL.A. Soto Categorías
Todo
|
Home
About Contact |
Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur adipiscing elit, sed do eiusmod tempor incididunt ut labore et dolore magna aliqua. Ut enim ad minim veniam, quis nostrud exercitation ullamco laboris nisi ut aliquip ex ea commodo consequat. Duis aute irure dolor in reprehenderit in voluptate velit esse cillum dolore eu fugiat nulla pariatur. Excepteur sint occaecat cupidatat non proident, sunt in culpa qui officia deserunt mollit anim id est laborum.
|